Dios fue generoso al prestarnos un padre al que vimos sumergirse en las entrañas del trabajo pesado y sin embargo nunca bajó los brazos. Fue un gladiador que jamás se dió por vencido. Su entrega al deber echó raíces pues nos inculcó el amor al trabajo.
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Su filosofía de vida era sencilla: despreocupado por los bienes materiales pero fiel guardián de las virtudes humanas. La nobleza de su corazón no conocía límites.
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Lo vimos servir a Dios todos los días de su vida y El Señor lo bendijo con el Don de la música. Así dió rienda suelta a su gusto por el bello arte, desahogando sus alegrías y sus tristezas; eso era, como el decía: vivir de verdad.
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Por eso el no se ha ido. A un año de su ausencia está aquí con nosotros y nos inunda de amor y de su inmensa fé. Lo mejor de su persona se quedó y no lo olvidamos jamás.
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Sus hijas:
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Hilda, Ceci, Idalia, Oralia y Luz Delia Domínguez Solano