Su ataúd fué cargado en hombros hasta el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe entre una larga y consternada valla humana, a la misa de cuerpo presente y del sagrado recinto hasta el cementerio de Dolores.
La Banda de Guerra de la famosa escuela de Artes y Oficios tocaba con duelo su monótona letanía, apagada en muchas ocasiones por sollozos y oraciones en voz alta que emanaban del imponente y serpenteante gentío por calles y avenidas.
Se trataba de las honras fúnebres de quien fuera uno de los hombres más conocidos en Chihuahua y del país, de quien fuera entregado de modo absoluto a la causa del servicio al prójimo, de quien fuera el mayor impulsor del deporte que haya existido en éstas tierras. De quien fuera la cortesía personificada. De quien fuera un exitoso enlace entre el gobierno y las mayorías. De quien tuviera el indiscutible carisma que gana amistades por montones.
Era el funeral de Leonardo Revilla Romero.