Tal vez el primero, segundo y con dificultad el tercer año de la muerte de alguien a quien quisimos tanto, le llevamos flores y limpiamos su monumento.
Sin el afán de ofender ni lastimar a nadie, pero el pasado día seis de Marzo, cumpleaños del mejor de mis amigos, nadie fué a visitarlo, ni una solitaria florecilla había sobre su polvosa tumba.
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Don Rubén fué mi gran amigo, a quien tanto quise y él me quiso igual, pues superamos la barrera del tiempo y de la calidad en cuanto a estima se refiere, hubo apoyo, confidencias, anécdotas y complicidades sanas.
Después de orar y limpiar su tumba, mi pequeño hijo Miguel dejó en su cruz en señal de que tambien lo quiere y lo recuerda con profundo cariño, un carrito; para que su abuelito sepa que nunca lo olvidará y que lo proteja desde el cielo.
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